*El siguiente texto es de autoría de Bruno Maduro Rodríguez .
De las historias
casi inverosímiles que trae el libro perdido de los indígenas Túpac en el
Amazonas meridional, se encuentra ésta anécdota que encontré ya casi arrugada
por el tiempo. El libro, como todos sabemos, es muy popular entre los monjes
agustinianos que decidieron llevarlo de la jungla oral al texto, la eternidad
de la escritura. Dos son las anécdotas que el viejo fraile Simón de Esmeral me
contó antes de internarse nuevamente en la selva y no volver más. Cuento la
historia sin muchos detalles, por eso llega a parecerse a la fábula de La
Fontaine.
Los indígenas Túpac cultivaban el maíz y habían domesticado el pavo del Amazonas. Una vez uno de los animales más temidos por estos avicultores precolombinos, el zorro chucho, que en Sevilla (Magdalena) simplemente le llamamos el chucho, se le presentó al pavo macho cuyas plumas de colores reemplazaban el arco iris en el ambiente de la selva tropical. En un diálogo entre animales, esa comunicación que no logran entender los hombres, el chucho propuso un pacto al pavo de cola real y extremada.
El pavo desde lo
alto de un pajar le dijo al chucho:
- No puedo llegar a ningún acuerdo contigo porque tú eres de otro material. Yo pertenezco al mundo de los que se comen y tú a la tribu de los
que comen. No puede haber entre
nosotros sino distancia.
El chucho volvió
a enfatizarle.
-¡Qué mentira ha
hecho el hombre con tus funciones psíquicas! Te han adiestrado para que me
odies cuando la naturaleza nos hizo pasivos e iguales. Mira, sólo hay una
verdad: tú y yo. Deja a un lado esos prejuicios humanos y date por
consiguiente, sigue tu propio precepto, tu propia ley de animal. ¡Aude sapere!
El pavo se sintió
dolido y esclavizado por los hombres y exclamó:
-¿ Qué me garantizas?
Y el chucho contestó:
- Mi amistad plena y segura como nunca en el universo y la historia ha sucedido entre dos géneros.
El pavo lo pensó y dijo:
-Acepto, pero dame muestras de tu sinceridad.
Así fue. El chucho llegó por varios días al pajar en donde estaba la manada de pavos amazónicos domesticados. La confianza se apoderó de esos dos grandes ejemplares de la finca salvaje. El pavo escondía al chucho cuando los cazadores indígenas querían atraparlo para matarlo. Lo metía en el gallinero para que arrastrara a sus rivales los gallos, lo sacaba para que los perros tuvieran miedo; esa alianza perpetua no tuvo igual.
Cuentan que un
día hubo una hambruna universal, tan grande que los indígenas tuvieron que
echar mano de su trabajo agropecuario. Los pumas y las panteras estaban
famélicos y pálidos. Cuando los cultivadores fueron a hacer el inventario de
pavos, sólo encontraron los nidos vacíos y el único rastro que había era el
excremento de las aves. No hubo muchos murmullos por parte de los tristes Túpacs.
La conclusión fue
certera: los pavos encontraron la forma de huir y de volverse libres y
renunciar al acto de la domesticación humana. Por un lado, la tristeza, pero
por otro, el sentimiento de libre albedrío en franca recuperación alentaba el
ánimo de los indios. No se habló más del asunto…
Pasados dos
meses, cuando la hambruna arreció, llegaron los comentarios al caserío Túpac:
Qué raro que
entre tanta hambre, un zorro chucho esté gordo y todas las tardes salga con
plumas de pavo real en su boca. Varios pastores lo han visto cruzar los caminos
y, por su amabilidad y comportamiento casi de perro pequeño y domado,todos en la aldea lo saludan y lo soban con gratitud.
Hoy los pastores que antes lo perseguían, le
llaman el agradecido, porque cuando se le da algo menea la cola. Los indios han
empezado a odiar a los pavos porque no son como el zorro ya que esos animales
en tiempos difíciles han abandonado la aldea. El chucho en estas
comarcas se está volviendo héroe y se habla de hacer un prototipo
escolar...entre los animales el chucho tiene fama y ahora hasta los pumas
le huyen cuando él tiene la palabra.. y cuando dos chuchos se miran, prefieren
quedarse callados para proteger la especie...
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