*El siguiente texto es la segunda parte del texto " Las pequeñas Tiranía", publicado el 13 de Septiembre de 2012 en Oikn , por Bruno Maduro Rodríaguez.
Tira cómica de Garfield |
¿Cómo hacemos para identificar esas tiranías
domésticas? ¿Cómo se expresa un pequeño tirano?
Un pequeño tirano no cree en la igualdad de las
personas. Define al hombre como un productor de intereses egoístas en plena
competencia con el otro, que es él; por eso alimenta permanentemente el
conflicto y lo hace considerándose siempre un ganador. Así, cree que cuando
llega el momento necesario puede constreñir al otro, ejerciendo la posibilidad
de su jerarquía para someter a los que pueda hacer sufrir. En una
macrohistoria, los pueblos han sufrido los totalitarismos hasta el cansancio;
en las pequeñas tiranías, al igual que las de tamaño general, el tirano desea someter
y castigar y sostenerse en “su” micropoder.
Un pequeño tirano posee un discurso, aunque a veces
simple, que justifica sus hechos sádicos frente al otro, al igual que los
totalitarismos de Estado que poseen ideologías y planes de lucha para
justificar las masacres, las torturas, los despojos, los saqueos, el
sometimiento; de igual forma los regímenes domésticos tienen ese tipo de
lenguaje sustentador, muchas veces poco elaborado racionalmente pero no menos
persuasivo y justificante, diseñado con la misma lógica de la dominación de los
discursos ideológicos de Estado. Los argumentos buscan la misma eficacia que en
las tiranías de estatales, tratan de buscar adhesiones de las personas a su
alrededor, crear dogmas en torno a su conducta oprobiosa. A través de la
seducción y la persuasión, tratan de evitar con sus argumentos la opinión
aplastante en su contra, y quizás evitan al máximo la crítica veraz.
Sus métodos de acción están basados en la violencia
doméstica que, no por ser doméstica, deja de ser macabra; ésta, al igual que la
violencia de los pueblos, se diferencia de aquellas en grados y no en
esencialidades. El pequeño tirano utiliza con prontitud la ofensa, la injuria,
el improperio para imponerse. Los instrumentos básicos de esta metodología de
la maldad son la fuerza y la coerción, el insulto, la humillación, los celos,
la injuria, la envidia crónica, la afrenta y, por supuesto, la venganza. Lejos
de manifestar una impulsividad controlada de sus deseos, su belicosidad
planificada se despliega hasta que consigue su finalidad: ocasionar daño y
sobre todo dolor al otro para sentir satisfacción.
Este tipo de personajes de la vida diaria por lo
regular poseen un código de honor, consecuencia del mundo artificial en el cual
vive y que los hace sentirse por encima del otro, por eso buscan la fama y la
vanagloria, el ejercicio del poder, así éste se dé en el ámbito doméstico o
local; los pequeños tiranos tratan de rasgar ya no la historia universal sino
la memoria micro-histórica de la red donde se mueven para dar lugar así a una
demostración de su capacidad de fuerza y publicitar el fundamento de una
constante competencia en la que transcurre
su vida cotidiana. A toda costa buscan el prestigio personal a través de
montajes, chantajes y hostilidades que los coloquen por encima de aquellas
personas que están o pueden quedar sometidas bajo su control ya sea funcional o
total.
Mientras el tirano político ve en la fuerza coercitiva
y totalitaria un arma para hacerse sentir bajo cualquier criterio, obligando a
la mayoría a proseguir sus caprichos, sus deseos, sus ideas (así sean precarias), el
pequeño tirano también intenta conseguir su objetivo principal que no es más
que el dolor ajeno de quien depende de él, ahí estas propiedades básicas de su
empresa de crueldad. Por eso utiliza la práctica de los suplicios domésticos e
incursiona frecuentemente con una nueva moda de maldad en el territorio que
afecta a aquella persona que necesita, ya sea coyuntural o permanentemente, de
sus funciones o servicios o quizá de su ayuda.
A estos pequeños monarcas del totalitarismo cotidiano
lo más frecuente es que no les interese el disenso dentro de su territorio y,
por eso, detestan el sano argumento, la sabia palabra, el discurso donde impere
el intercambio de ideas generosas. Así, rechazan el marco de la reciprocidad
pues afecta directamente sus caprichos,
su plan de violencias y castigos; cualquier idea que reproduzca estos géneros
de solidaridad efectiva es reprimida con prontitud.
El déspota doméstico no cree en la libertad que poseen
los otros como personas iguales y libres; esto para él es una ficción, un
argumento vacío de hechos prácticos; la única libertad que defiende y justifica
es la de él como persona o aquella que beneficie directa o indirectamente su
voluntad interesada y egoísta. Su obrar, entonces, busca con regularidad el
impedir que los otros ejerzan plenamente su libre querer y así, planea
resistencias, genera tropiezos y crea las dificultades necesarias que lo hagan
sentir dominante en una relación intersubjetiva. A toda costa implanta la ley
del sí mismo como único criterio de acción. Que Dios nos ayude a identificar a
estos déspotas y salir bien librados de ellos cuando desafortunadamente hayamos
caído en su imperio o en la tolda de sus garras.
Bienvenidos los héroes que logran
resistir estos productos frustrados del mal humano.